Han pasado los años y las cosas se olvidan. Y yo soy ahora un hombre muy viejo. Con mis viejos recuerdos y manias, en medio de una sociedad constantemente renovada. Esta mañana recordaba la frase, que a mi entender, resume toda la sabiduría que me enseño mi madre: "Donde hay un hombre no hay fantasmas".
Nunca me importó saber quien era el autor de la frase. O si era originaria de mi madre. No importa. -Que el muchacho se va a la finca a llevar esos caballos tan de noche ya-, -no importa, donde hay un hombre no hay fantasmas-.
Mi madre no tuvo mucha escuela. Pues no había mucha en el Castillo, todavia caserío, donde se crió. Pero en Pimentel decía la gente que mamá tenía la mas bella letra del pueblo. Y yo creo que así era. Y... además sabía leer muy bién. Y no leía cualquier cosa. Nunca la vi leyendo novelitas.
Es cierto que mucho tiempo no tenía para ello. Pues mi madre, además de ama de casa se ocupaba también de la administración de las cositas que la familia tenía: unas tareas de cacao y otras tareas con algunas vaquitas. A mi papá no le interesaban mucho estas cosas del campo. Tenía, durante el año, sus zafras y sus tiempos muertos.
Mamá le quitaba gran parte del dinero de las zafras y lo guardaba para el tiempo muerto. Y ese sistema siempre funcionó bién.
Cada mañana al peinarme, y verme todavía algo oscuro el pelo. Con muchas canas, pero todavía algo oscuro, recuerdo la negra y larga cabellera de mi madre. Hubiera podido usarla al estilo Yoany Sánchez. Pero la moda entonces era el gran moño atrás sujetado por una peineta, al estilo español.
Mi madre tenía muchos ahijados y muchas comadres. Algunas de ellas muy pobres. Con frecuencia mi madre repetía aquella otra frase que siempre yo recuerdo: las manos que dan reciben. Y, entiendo, que esto tambien es una gran verdad.
Un abrazo,
Tiberio
Mayo, 2014
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